ARIEL. Sylvia Plath

(Quinta sesión del taller "Decálogo para salir del invierno")

Me temo que estamos ante la crueldad de otro de esos libros "sádicos" que decía alguien. Ariel. La etimología arroja demasiados rastros, de los griegos a Shakespeare, de lo demónico a lo poético-lunar, para que nos detengamos en alguno de ellos. Creo que es la primera vez que encaramos en este taller un libro de poesía. Pero no importa. Se ha dicho que la poesía es la verdad de la prosa del mundo, su quintaesencia por fin desvelada, salvada. En tal caso, estaríamos ante un libro de alquimia, un concentrado de la sabiduría del mundo, de esas verdades que solo se dicen a media voz pero que todo el mundo entiende, pues ha pasado por ellas. En nuestras horas furtivas: antes en lo que en nuestro corazón queda de vulgo, de pueblo, que en lo que tenemos de doctos especialista.

Destituyendo momentáneamente la fortaleza del sujeto para que acontezca la vida, la poesía es la verdad, la ciencia paradójica del ser único. Trabaja el instante donde ocurren las cosas: de ahí su estatuto cultural tan equívoco. Por una parte, venerada por el corazón de la gente y la imaginería popular. Por otra, condenada por las élites a las afueras de la ciudad, encerrándola en la jaula dorada de esas veladas íntimas que han de suceder un poco antes de la noche. Tal vez para que el dormir reparador la convierta en un sueño que no contamine la industria del día. Ahora bien, ¿cómo, quien vive el instante de esta manera, va a sobrevivir en una sociedad cuya religión es precisamente la cronología que no deja hablar al instante?

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Notas sobre EL TRIUNFO DE LA RELIGIÓN (1974)

1-Analizar, gobernar, educar, tres posiciones insostenibles (69-70). Aunque nunca faltan candidatos, dice él, precisamente por la "imposibilidad" de la tarea. Y tal vez son imposibles porque hay en el hombre un resto incivilizable, un eco de lo Real que se resiste a la doma, a la socialización, a la cura. De ahí que Freud y Lacan se hayan planteado solamente "curar" aprendiendo a vivir con lo incurable. En otras palabras, curando la impotencia con la imposibilidad. ¿Lo real es como lo nouménico de Kant, pero no del lado de un simple "pensar", sino pasado a la inmediatez de un conocimiento imposible que nos reta, pues es nuestro suelo? De ser así, estaría cerca de cierta negatividad hegeliana que opera de este lado, en una especie de psicosis ordinaria que es el devenir del espíritu. Lo pre-ontológico que a veces comenta Lacan debe tener que ver con eso, con una imposibilidad que nos asedia.

2-A decir verdad, no es obligatorio que el hombre sea educado, ya que él realiza su educación solo. De una manera u otra, se educa (71). No sé si aquí Lacan se refiere a esa vieja idea socrática y griega -también está en Illich y otros- de que el hombre se educa a sí mismo errando, equivocándose: en la soledad de sus traumas.

3-No están en absoluto errados: se necesita, en efecto, cierta educación para que los hombres lleguen a soportarse entre sí (71). La sociedad como dique de separación, árbitro autoritario para que los hombres limiten su egoísmo y convivan. Pensemos incluso en el Estado (Weber) como la institución que detenta le exclusiva de la violencia. No existe, según Freud y Lacan, ninguna sociedad no represiva y, por tanto, la "educación" socialmente organizada es parte de esa indispensable violencia de unas "normas para el parque humano" (Sloterdijk). No olvidemos que para Freud y Lacan en el hombre moderno anida un resto incivilizable, un ello inconsciente, por lo cual no es tan extraño que para ellos dos la sociedad tema siempre a la existencia. 

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El beso (A. Chéjov, 1887)

Quiso imaginársela dormida. La ventana de la alcoba abierta de par en par; las verdes ramas que se asomaban a ella; el fresco de la mañana; el olor de los álamos, de las lilas y de las rosas; una cama y una silla, y sobre ésta el susurrante vestido de la noche anterior.

 

Una golondrina no hace verano, se ha dicho, pero aquí un solo beso accidental -y no precisamente en la boca, en contra de lo que sugiere la portada de esta edición- cambia durante meses una vida anodina, arrancándola de su tedio y su tristeza. No ser nadie aparece en este cuento de Chéjov la condición para desearlo y soñarlo todo, para imaginarlo todo. Como en otra versión de aquella vieja sentencia que algunos hemos repetido cien veces: "Tú quisieras un mundo, por eso lo tienes todo y a la vez no posees nada".

Sin amor, sin tierra y sin esposa, sin carácter ni una estrategia mínima de fuerza y amor propio, Riabóvich no es nadie. Y lo sabe. Chéjov no deja de pintarnos la versión moderna de una vieja historia, el mundo visto por un pobre hombre, cercano a las visiones del idiota. Si el entorno humano y natural de nuestro protagonista aparece con un lujo infinito de detalles, a veces cercanos a la precisión del insomnio, es debido a la debilidad de Riabóvich, a una inseguridad congénita que lo hace sensible a cualquier cambio, cualquier accidente. Tiene gracia que el hombre más infeliz del mundo, y no sus sólidos compañeros de milicia, sea el hombre besado accidentalmente por una mujer desconocida que se asemeja al ensueño. El hecho de que a ella jamás se le vea el rostro, ni él pueda imaginarlo, podría indicar que la fortuna, como la desgracia, llega con un sentido imposible de anticipar. El ser humano es un juguete en manos del azar, y lo único que podemos hacer es estar a la altura de las contingencias. En contra de lo esperado, por su historia pusilánime en gran parte del cuento, nuestro protagonista finalmente lo está. Veremos cómo al final se rehace, al borde del arrobo y contrariándolo.

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FRAGMENTOS DE UN EVANGELIO APÓCRIFO

Pronto sabré quién soy. J. L. Borges

Angelos: mensajero, enviado, nuncio. Encontramos estos "Fragmentos de un evangelio apócrifo" en Elogio de la sombra, un libro de poesía de 1969. La palabra fragmentos alude a los restos, las ruinas de una totalidad perdida. Es conocido el gusto de Borges por estos espejos de sombras. Pecios no consecutivos, escalones sin escalera, eslabones perdidos, restos de un naufragio. Hablamos quizá de la discontinuidad -sendas perdidas, dice Heidegger- en la que ocurren las cosas importantes, las revelaciones, las verdades, las iluminaciones. Cada epifanía se produce en una pequeña concentración del tiempo. Casi todo lo intenso se realiza en el vaivén de una ráfaga, igual que el amor, el temor, el odio o la respiración.

Es una vieja historia. En cada peldaño se acumulan "racimos de siglos", leemos en Hojas de hierba. De un lado, el devenir; del otro, la historia. De un lado Dioniso, del otro Apolo. El reino de Dios y el reino del César, el inconsciente y la conciencia. Sentir ocurre a golpes y detrás va la razón, cojeando. Una institución, incluso la Literatura Universal o la Poesía, es siempre el eco de un suceso muy particular, por no decir nimio. Como oímos en una película reciente, la sabiduria no se acerca a través de avenidas en los parques, sino en un vuelco del corazón. Lo que ocurre en un instante, de repente, o no ocurre. "Pasa un ángel". Es posible que la verdad no soporte el largo formato, las series que tanto gustan para entretenernos. Algo viene, ocurre en una aparición repentina, y se va para siempre. Dejándonos descansar... o bien atormentados. De ahí la obsesión de atrapar el momento, el latino carpe diem.

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Decálogo para salir del invierno

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Queridos amigos,

Este es finalmente el flyer de nuestro próximo taller. La idea es empezar el sábado 19 de febrero y seguir hasta el sábado 23 de abril. A las 10 de la mañana en México y a las 5 de la tarde en España. Os rogamos que nos ayudéis a publicitarlos entre vuestros amigos y conocidos. Si fuerais tan amables, también en las redes.

Pensamos que hasta veinte personas podríamos estar ahí, sin perder por ello el contacto directo y el ambiente distendido y franco que nos caracterizó en la anterior edición. Como todas las sesiones se grabarán y serán enviadas a los inscritos, quien no pueda estar a esas horas puede seguir la sesión en diferido.

Ya sabéis que todos los interesados tenéis que escribir a limo_producciones@hotmail.com, donde Leticia Gómez os atenderá con la precisión que le es propia.

Un abrazo y hasta muy pronto,

Ignacio Castro Rey

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