INCÓGNITA TIERRA (Pablo Perera Velamazán, Shangrila)

A pesar del aburrimiento programado en serie, vivimos rodeados de seísmos ocultos. No solo un mar embravecido rodea la rutina inconsciente de las ciudades, también un océano se agita todavía en cada ser humano. La ciudad nos defiende del volcán que somos, pero este prohibicionismo civil no garantiza más que un aplazamiento, desarmando la hora inevitable de volver a una penumbra natal. No es fácil viajar con un muerto en vida, de acuerdo. Con alguien que, además, sobrevive a su desaparición. Pero no hacerlo así no sería viajar, pues la desnuda cuantificación diurna nos aparta del espectro que habita en la magia de los lugares.

Así pues, bendita sea la barbarie de unos cuerpos que jamás sabrán de sí mismos. Están poseídos, incluso en sus rutinas, por una lejanía que no pueden gobernar. Un accidente en el baño. Una huella ensangrentada de la mejilla en las baldosas blancas. Cualquier accidente sirve para que comience una historia, la narración que suspenda el sentido. Sin un dolor imprevisto, rayano en lo intolerable, no habría mucho que contar. Aunque comenzásemos con una ficticia acción, de cuya organización serial estamos ahítos, la interrupción de la acción ha sido el origen secreto de toda novela.

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Decálogo para sobrevivir el simulacro informativo

Queridos O. y N.

 

I Vivimos a expensas de un complot implícito contra lo real, bajo una cobertura social y tecnológica que nos librar de rozar una vieja vida mortal para la que ya no tenemos cintura. Todo nuestro estruendo juvenil debe ocultar esta debilidad senil, que nos separa y nos enfrenta a las poderosas culturas exteriores. Aunque injuriadas continuamente, ellas son emergentes debido a nuestra íntima decadencia. México, Rusia, India, China: Solo las armas, de la economía a la amenaza militar, mantienen a raya a los que consideramos bárbaros.

II Intramuros nos pudrimos a fuego lento. Si nuestro entero teatro político es aburridísimo, enfangado en un aplazamiento perpetuo que nunca acaba en nada, nada más que una alternancia que acaba santificando la velocidad de un nivel de vida que nos separa de vivir e ignora ignominiosamente a los pueblos, es porque ya la única ideología del sistema es lograr no habitar, que la tierra no llegue a nuestras cabezas. No es tan extraño que esos pueblos profundos que ignoramos, en Europa y en América, acaben votando fuera de nuestro clasismo ilustrado.

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Crianza final

Buenos días, J.,

Terminado. Gracias por tu libro. Como te decía ayer, aparte de lo que a mí me parecen algunas concesiones al lenguaje de la época, tu libro me ha encantado. Tiene un discurrir de "radicalidad" común, de sabiduría ancestral de abuelas, ajena a la tontería de esta época. Por eso, a pesar de algunas pequeñas diferencias, no puedo dejar de reconocerme en la música de esas páginas.

Tiene incluso un aire naïf que es bastante próximo al mío, aunque mi deformación filosófica me obligue a hablar en otro lenguaje. Hay unas cuantas, bastantes, erratas de tipografía (tildes, etc.) que te señalaré aparte. Voy ahora a los contenidos parte por parte.

Solo una cosa antes. Que seas sanador, consultor o médico, como parece deducirse de tus páginas, te otorga una autoridad específica para hablar de los cuerpos y las almas que sufren, de la crianza propia y de la que nos rodean, pues sin duda uno de los déficits del pensamiento filosófico (el psicoanálisis es otra cosa) es que, a la hora de hacer una ontología de lo atemporal y de lo histórico, le falta un sufrimiento carnal del que nada saben, pues no salen de sus despachos.

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Darwin city

Queridiños,

"Darwin city", el artículo de Javier Sampedro en El País de ayer es una buena muestra de mis peores ideas paranoico-criticas acerca de cómo la cultura actual del espectáculo ha integrado a este hombre de ciencia, tan importante que lo ha cambiado todo para que todo siga igual. Por favor, repasad el artículo de Sampedro con calma, pues la Opinión de El País nunca deja de tener un cierto valor sintomático. Fijaros.

I Faltaba más, nada más comenzar, la religión era una cosa y la ciencia ahora es otra. La humanidad era estúpida hasta anteayer, pero ahora ya no. Así os  misterios se van aclarando. Para algo está la racionalidad de la ciencia entre nosotros. Un primer toque racista no viene mal: la Evolución nos permite entender por qué no somos tan imbéciles como antaño. Luego Darwin no solo explica la evolución de todas las cosas, sino también los saltos epistémicos que nos permiten distanciarnos de las supersticiones del pasado. Milagro de los milagros: a través de la Evolución, el Big Bang de la creación ex nihilo que ha conducido a nuestro esplendor urbano actual. Hasta las ratas, como en Ratatouille, evolucionan para adaptarse a un orden social sin precedentes. Si Sampedro sabe de ciencia, y me temo que sí, de demuestra a la vez que la ciencia no es nada sin ideología.

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Mil disculpas

Gracias, S.,

Desgraciadamente, con 94 años, mi tía S. no tiene mucho remedio. Es una cuestión de tiempo (si me oye me mata), con días más o menos complicados. Y esto en una bellísima mujer, le decía a J. M., que hasta hace solo tres años se tomaba unos whiskies que hacían temblar la sala.

En cuanto a lo otro, S., gracias por los elogios pero no es para tanto. Uno hace algunas cosas bien después de muchos años de errores. En lo de los libros (no sabía que tenían que estar el la Programación) difícilmente va a haber reclamaciones. Fue un trabajo voluntario, con mucho tiempo por delante, y casi todos los que lo intentaron han salido bien o muy bien parados. Lo de Rilke no tiene precio, es absolutamente inolvidable (Marilyn dice: "Hasta que leí ese libro pensé que estaba loca"). Los otros son dos libros muy actuales e interesantes, sin más.

La Historia de la Filosofía me da un poco de miedo, precisamente por ese ritmo canónico que hay que imprimir. Pero se puede ver. Y desde luego, esa "Teoría del conocimiento", seguro que más libre.

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