Ética y desorden

Buenos días, amigo. Sí, me costó un poco sobrevivir a la mañana del viernes, pero llegué tan contento de Barcelona que eso compensó el cansancio.

No, no te has enrollado mucho en esas notas sobre tu pregunta, en absoluto. Parte de lo que apuntas me habría venido "de perlas", antes de terminar el libro, para hacer algunas precisiones que faltan en Ética del desorden. A pesar de que en él es esencial el concepto de lo ahistórico, y en ese sentido mi libro tiene mala relación con algunas concepciones "absolutistas" de la evolución, lo que me comentas de Bateson, Piaget y Leroi-Gourhan me parece muy interesante para mis propias elaboraciones. Seguro, por ejemplo en el capítulo del lenguaje, que esa investigación de Leroi-Gourhan sobre el gesto y la palabra habría sido muy útil. Al fin y al cabo, yo sostengo algo así como que la palabra es una emanación, una secreción del "gesto" de las cosas...

En fin, le daré una vuelta detallada a todo esto que me planteas, buscando bibliografía que puede ser útil para un pequeño libro que está en marcha: "Cualidades ocultas", o algo así.

Me encantó además tu definición de "situacionismo trascendental", con la que me reconozco casi al cien por cien. Y sabes que yo también lo pasé muy bien en esa tarde y esa noche. No solo el acto de "presentación" fue de los más vivos y entrañables que recuerdo sino que, efectivamente, la prolongación nocturna, donde había bastante gente que no se conocía, fue muy divertida. Y plagada de personajes inolvidables.

Mil gracias por todo, S., y hasta muy pronto. Deberíais acercaros los tres este verano, con quien queráis, a ese portento silvestre del noroeste llamado O Picón.

Falamos. Un fuerte abrazo,

Ignacio

Madrid, 18 de marzo de 2018


hacia Abril

Querida O.,

Perdona mi silencio de estos días, pero (como te decía en un Whatsapp) llevaba días muy ajetreado. Tu cuento es breve y lleno de sustancia, supongo que girar a un dejar ir que es ganar. La renuncia, decía Lispector, es la épica mayor que nos espera.

Por aquí todo sigue bien, mezclando (no siempre en la proporción adecuada) tristezas con placeres mundanos. Los silencios de Gandhi los tengo casi automáticamente garantizados, pues paso muchas horas a solas con mi Gelassenheit... o con mi ira.

Además, mi estancia en la montaña de hace veinticinco años dejó en mí una vía de contacto directo con el silencio que puedo utilizar a diario, casi a voluntad, en cada minuto de tormento.

Eso significa que, en mi caso, no puedo vivir sin épica ni heroísmo. Pero cuesta encontrarle alguna utilidad (que no sea ridícula) a la voluntad guerrera en medio de este feroz y autista pragmatismo que nos envuelve.

Deseo de todo corazón que tu hijo encuentre asiento en algún sitio distinto a la comodidad familiar, por ejemplo, en esa magnífica Rivera Maya. Dale recuerdos a é y a A.

Y un beso para ti. Hasta pronto,

Ignacio

Madrid, 19 de marzo de 2018


como ayer, mañana

Gracias, Ch. y G. Casi todo lo que decís está muy bien, pero no podía entrar en tantos matices sobre Lady Bird (madre e hija...) en un trabajo que se dirige, para ahorrar esfuerzos, tanto a alumnos de Primero como de Segundo de Bachillerato.

Creo que con esa base, un poco corregido con respecto a la versión que os envié, está bien, incluso demasiado "bien" para ellos... Junto con otras dos propuestas, de Ribera-Velázquez en el Prado y de Cartas a un joven poeta, lo enviaré como trabajos opcionales de Semana Santa.

En cuanto al final de Lady Bird, no, no lo veo así. No veo que lo que la película tenga de "pastelito americano" se condense ahí, en el final. Más en la relación madre-hija, y sobre todo en la obsesión sexual y de búsqueda de popularidad, con lo que tiene de psicodrama estándar.

Le recuperación del nombre y la asunción del pasado familiar viene después de ver el sufrimiento humano (ese niño negro vendado en el hospital) y de llamar a sus padres sin encontrar a nadie. El coro de la iglesia es lamúsica de lo religioso, sin letra alguna que se entienda. La ambigüedad de la escena final, con Christine en la encrucijada, sin saber para dónde tomar después de una llamada de paz no atendida, es de lo mejor de la película. De lo más "cristiano", esa crucifixión en la duda, y de lo menos "americano" en toda la cinta.

Veo más en el melodrama sexual de Christine y sus amigos, en el debate sobre el éxito social, en la importancia de lo identitario (Jenna-Miguel) y laboral, el pastel americano. Más ahí que en casi cualquier otra cosa.

De todas formas, no se traba de hacer mi texto, sino solo coger algunas claves difíciles para ponérselo duro a los chicos y apartarlos de una lectura festiva y lineal. Ni idea de lo que harán, posiblemente casi nada.

Pero sobre un cristianismo radicalmente mal entendido, también en su papel histórico moderno, os recomiendo ese texto mío sobre la ética cristiana en S. Weil, que he utilizado este año. Creó desconcierto, hasta el escándalo, pero por eso mismo... de algún modo funcionó.

Tampoco en cuanto al cristianismo se ha atendido a las sutilezas de Deleuze y Badiou (sobre todo, este último), sino a la escolástica foucaultiana, mucho más cómoda para nuestra ecclesia laica. Echadle un ojo si podéis.

Hasta muy pronto. Apertas,

Ignacio

Madrid, 17 de marzo de 2018


sinopsis de un proyecto fílmico

Excelente escenario de nuestra desolación sideral. Inuit, exterminio, reagrupamiento, suicidio lento en el piélago tecnológico de nuestras urbes. Un desierto solipsista en lo personal y ultra-comunicado en lo tecnológico...

Vagar en tierra de ancestros, sin sus huellas y sus voces, sin apenas un hilo de cobertura que nos dé amparo desde ellos.

Los hombres estamos separados porque ya no tenemos algo otro que nos vincule, que no sea elegido por nosotros. Ninguna huella de origen paterno o materno, ninguna huella de antepasado que nos recuerde que no hay otra tarea que habitar lo inhóspito.

Y el ojo de la cámara, supongo, enfocándolo todo desde esa soledad de un cadáver anónimo, sin tierra.

Varados en un limbo helado. Somos metáfora de ese extranjero sin causa y sin origen, al que ya le cuesta reconocerse en cualquier escenario y que nunca puede estar seguro de entender lo que le rodea. También nosotros, primero arrancados sin piedad de todo arraigo, somos objeto de políticas de reagrupamiento que nos personifica en masa y nos arrojan a un tedio más infinito que el de un páramo helado, que al menos tenía toda clase de huellas.

Los inuit como signo del extranjero que somos en todas partes. Donde quiera que vayamos, transportamos el desierto del cual somos el único ermitaño. El sueño de un calentamiento global (según el cual la tierra se entera de nuestra importancia, de que el hombre y su sociedad existen) se congela en el enfriamiento local que nos convierte en zombis de ojos vítreos, extraños incluso para el médico que nos analiza en vivo.

Sólo dos pequeños peligros, a juzgar por esta breve sinopsis. Un exceso de calificativos, una redundancia adjetival que pueda esconder un poco el minimalismo de la sustancia, esta épica infraleve que se intenta narrar.

Y lo más importante, tal vez. Habría que poner un poco de esperanza en este continente helado. Pero surgiendo de la propia inhospitalidad. Nada de sensiblerías, pero sí un poco de calor vertical (sonrisas, rostros, algún que otro corazón que todavía late) en este silencioso terror inmanente al que estamos condenados.

Por lo demás, ya digo, suena muy bien esa idea de volver a dibujar una palmera en el borde de una mente que se asfixia en su ilimitada libertad.

Abrazos y perdona la tardanza,

Ignacio

Madrid, 16 de marzo de 2018


máscaras de verdad

Y dale con Nacho. Pues nada, me lo tomaré como una contingencia más. Ecos de viejas sendas perdidas de una inmanente microfísica del poder. Seguro que tengo alguna responsabilidad en ello.

Escribo esto a vuelapluma, aprovechando la confianza. Que no, queridos jóvenes, que es imposible. Mil compromisos políticos anteriores, que no tenéis por qué entender. Además, aunque me gustan vuestra urgencia, conviene darse un tiempo. El aire libre no me falta. Lo que necesito son buenas cadenas. Ya hablaremos al respecto.

Echadle un oído, mientras tanto, a mi conferencia reciente sobre el odioso dispositivo Foucault en la U. Complutense (en un congreso llamado "La actualidad de Michel Foucault"). O a esa entrevista que os envié, que repito más abajo, sobre Ética del desorden. Está llena de experiencias y afirmaciones que desbordan en aspectos cruciales la admirable ontología de Agamben y el Comité Invisible. Y esto a pesar de mi intensa complicidad con ambos, muy distintos, desde hace más de diez años.

No soy tan mayor como vosotros, pero hace mucho que leo a Agamben (sobre todo La comunidad que viene) y a Tiqqun. No es que haya nada que demostrar. Lo digo solo para indicaros que no soy, en cuanto a violencia se refiere, fácilmente impresionable.

No puedo desplazarme en esos días que me decís. Tengo ya una zona de dudoso aire libre que me espera, no sé si en Colombia o en Galicia. Pero me gustaría conoceros y cruzar con vosotros conceptos, bromas, experiencias y equívocos de lenguaje.

No podemos, no debemos, estoy de acuerdo, dejar pasar esta oportunidad. ¿Cuándo, dónde entonces? Tal como está el calendario, tiene que ser ya en abril. Puede ser en Madrid, pero me ofrezco también a acercarme a dónde me digáis.

Guardo las mejores impresiones para ese encuentro. No va a ser fácil, pero sí fructífero. Y a lo mejor, hasta divertido. Fue inolvidable, sin ir más lejos, el encuentro personal con Julien Coupat. Aunque él posiblemente no me recuerde, no importa, no soy rencoroso.

Como mi clandestinidad no tiene nada que temer, os dejo además mi teléfono. Espero vuestras señales. Un cómplice abrazo y hasta pronto,

Ignacio

 

Madrid, 11 de marzo de 2018