¿qué significa pensar?

Se puede definir como "la capacidad de analizar, comprender y resolver problemas de forma creativa". Pero entonces parece que sin la existencia de problemas no existiría ninguna inteligencia. Estamos pues, de nuevo, ante la importancia de las contingencias, los accidentes terrenales, para la racionalidad de los hombres. Además de probables factores hereditarios, la inteligencia tiene que ver con los sucesos que vivimos y con la habilidad que tenemos para afrontarlos. Para poder desarrollar nuestra inteligencia tenemos que vivir, y esto significa atravesar irregularidades reales, fuera de la fluidez de las "pantallas planas" de la vida fácil que por todas partes se nos vende. De ahí que el instinto de algunos padres, profesores, instituciones y programas de formación sea el de empujar a los jóvenes a situaciones nuevas, no rutinarias, para obligarles así a desarrollar su inteligencia.

En suma, ¿nos forman más los cursos de formación o las deformaciones a las que nos empuja la vida? Lo que Aristóteles decía sobre la filosofía, insistiendo en que el asombro es el origen del pensamiento, vale para la inteligencia en general. Pensamos sobre las anomalías que nos sorprenden, lo que llama nuestra atención, nos da miedo o nos amenaza. La inteligencia es también la capacidad de penetración, de infiltrarnos en lo nuevo. La famosa capacidad de "adaptación", como signo de inteligencia, es a veces solamente un camuflaje, una actuación que hace parecer que estamos adaptados. Y no lo estamos; simplemente estamos retirados, escondidos y esperando nuestra oportunidad.

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Trump como compuesto genérico

Lo dijimos algunos y lo volvemos a repetir. Es de agradecer en Trump que, sin ningún tipo de reparo ni educación, muestre la fuerza unilateral y la brutalidad que siempre ha sido el primer argumento en el poder mundial de la "mayor democracia". Las diatribas actuales contra los hispanos o los musulmanes es la perfecta expresión de un racismo cosmopolita -valga la contradicción- que los USA siempre han mantenido ante el resto de la humanidad, incluyendo su propia población indígena y afroamericana. Naturalmente, se ha exceptuado de esta rabia al planeta de Su Majestad, que habla inglés, y, más tardíamente, a los elegidos por excelencia, ese Estado multimillonario que se expande en la antigua Palestina.

Rebajando la originalidad de Trump en su vuelta enérgica al proteccionismo, Soledad Loaeza comenta en su artículo "Donald Trump y el gigante egoísta": "Como si la historia de los Estados Unidos hubiese sido otra cosa". Y así es, pues en la nación que basa su modernidad en un genocidio oculto -no solo según N. Chosmky o M. Moore-, intervencionismo y proteccionismo son dos caras de la misma moneda. Dentro de esa lógica implacable, es una escarnio que los EEUU acusen al resto del mundo, particularmente a México, de aprovecharse de ellos, como si fuesen inocentes hermanitas de la caridad desarmada.

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ventajas materialistas de creer en Dios

Incluso en julio el capitalismo es bastante navideño, ¿no creen? Caído del Norte, y sin embargo cálido, se recarga una y otra vez de luces parpadeantes. A las puertas de otra inefable Navidad sentimos de nuevo, hasta el paroxismo, cómo esas luces invasivas toman al fin la forma ecológica de un árbol. ¿Por qué no, entonces, un penúltimo regalo de este año de gracia que termina -aunque para algunos ya acabó antes-, una pequeña reflexión sobre nuestro sagrado laicismo? Sobreimpreso, un breve soliloquio sobre los motivos progresistas para creer en el viejo Dios. Ahora que está de moda el populismo, podemos reconsiderar por fin una creencia típica de pobres, de atrasados e ignorantes. Eso sí, sin caer en la tentación de volver a pronunciar el nombre de Lacan en vano, ni siquiera en esa idea genial de que al final la religión siempre triunfa. Perdonen la posible redundancia de este decálogo más uno, pero es que el fin de año es así, como los catálogos de Ikea. Tampoco se preocupen si algo no se entiende, ya saben cómo es la teología. Veamos:

I

Por una parte, es posible que necesitemos tener a alguien silencioso con quien dialogar a escondidas, bajo esta transparencia imperial. El secreto de confesión antes que la pornografía de la revelación. Aunque solo sea para seguir un simpático emblema oído al pasar: "Si tienes un problema, no se lo cuentes a tus amigos. Que los entretenga su puta madre". Este es en realidad otro motivo de meditación teológica: ¿Qué tengo yo que ver con los mutantes que llamo "amigos", qué me une a ellos si no existiera un ser intermedio que no se parece a ninguno de nosotros?

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Verás (Sueño de una tarde de diciembre)

Querida A.,

Verás. Aparte de volver a escuchar el timbre mítico de tu voz, te llamé antes para quedar contigo (de eso hablamos el otro día) y "platicar" sobre varios temas. Desde luego, ese posible ciclo loco que ya está en marcha y con el que cuento y contamos contigo. También, ese otro seminario-ovulario que podíamos hacer juntos. Por supuesto, darle además un repaso al panorama ontológico de la casquería de Madrid, Filosofía incluida y cotilleos incluidos. En este punto, sería divertido estudiar contigo algunas estrategias nuevas, atrevidas, transversales a la endogamia universitaria y a este asfixiante política de la vocación hegemónica.

Todo esto y más. Pero confieso que un motivo también para verte fue una frase que me soltaste de pasada el otro día. Ante mis quejas, que en parte me parecían justas, de que la sacrosanta Universidad me ignora sistemática y olímpicamente, me dijiste con esa espontaneidad que te caracteriza: ¡Pero si estás en todas partes!

Total que, dubitativo como soy, me quedé perplejo. Ya no sé si estoy en todas partes y por tal razón la Universidad jamás me invita, no vaya a ser que me colme de poder maléfico (tal como es mi ontología). Ya no sé si te equivocas de plano y solo estoy en los cien lugares, bastantes marginales, que yo mismo me busco... razón por la cual mis amigos universitarios (alguno tendré) se creen así disculpados de poder sacudirse el bulto-Castro de encima. Al fin y al cabo  no me va tan mal, me voy defendiendo...

Tampoco sé si tú misma te engañas y te disculpas así, pensando que para qué te vas acordar de mí, si no debo tener ni un minuto libre. Esto coincidiría con uno de esos poco amigos universitarios, que sí me invitan, que este verano se quejó de mi pesada "autopromoción" cuando, un poco desesperadamente, le solicitaba contactos en una capital de provincia para no estar solo en la presentación de ese libro que confirma mi "originalidad", Roxe de sebes.

Otra versión simpática del asunto me la regaló mi amiga E., que sin duda me quiere bien, cuando me dice (otra vez ante mis quejas, que por lo visto se repiten): "Tú mismo eres el que vas de outsider". O sea, debo entender, que yo mismo hago lo posible para no estar jamás en la Universidad. Como voy de outsider, claro, no quiero mancharme con ninguna universalidad reinante. Quise matarla, pero enseguida cambiamos de tema.

Resumiendo el solipsismo. ¿Es mi filosofía la que me aparta de la Universidad? ¿Es lo que no se entiende de ella o es lo que se entiende? ¿Pesa definitivamente, en este país laicamente católico, que para más Inri quien habla y escribe así esté en la E. Secundaria, fuera del circuito universitario y sus créditos? ¿Es mi persona (más bien espesa, lo admito) la que es un obstáculo? ¿Debo entonces fingir mi muerte para ser alguna vez escuchado?

En fin, no te me angusties, seguro que exagero con la típica metafísica de domingo tardío. Solo es un tema más, entre los muchos que tendríamos pendientes. No lo harás, pero cuando quieras sabes dónde estoy.

Besos,

Ignacio

Madrid, 5 de diciembre de 2017


ejecuciones de tarifa plana

Después de un largo encarnizamiento, la muerte de Rita Barberá no era tan inesperada. Lo que ocurre es que, en una buena cacería, nunca se mira a los ojos de la presa: se apunta únicamente a su silueta. Por eso los mismos medios que tensaron la soga hasta el límite pueden participar enseguida en los consabidos homenajes lacrimógenos. La sociedad de la información es así: carece completamente de memoria y, por tanto, del más mínimo complejo de culpa.

 

Porque además no debemos olvidar que lo que llamamos sociedad global se asienta en un sectarismo imbécil. Si el otro no es de los nuestros, si además carece de cobertura en el poder de las puertas giratorias y, por encima, su popularidad decadente garantiza un pico en el índice de audiencia, la impunidad de la agresión está servida.

 

Toda sociedad, llegó a escribir Freud, se edifica sobre un crimen cometido en común. Ninguna sociedad deja de ser potencialmente brutal, siempre necesitada de demonios a los que sacrificar impunemente. Además, si no hubiera enemigos a los que perseguir -lo de menos es que sean judíos o musulmanes- ¿cómo justificar hoy nuestra necesidad urgente de cohesión social, que debe permitir que ya no se sienta la tierra, ninguna común condición mortal?

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