no hay dos sin tres

Querido L.,

Primero mis disculpas. He tardado en contestar porque yo también estoy muy ocupado, viajando además, y también (je, je) porque entendí que no tenías ninguna prisa en tu respuesta, como si ya lo tuvieras todo muy clarito. Con este blindaje tuyo cuento para puntualizar, con toda la calma del mundo, dos o tres cosas sin importancia. Y te contesto finalmente, después de este tiempo y de unas cuantas dudas, por lo que el asunto de la sordera tiene de alcance prolongado, casi mundial. No te tomes a mal el tono, por favor: no encuentro otro y, además, está cargado con todo el cariño del mundo. Para más Inri, casi todo lo que digo de tu aplomo blindado me lo podía aplicar a mí mismo en ocasiones parecidas.

Me llamó la atención una cosa. ¿Por qué aprovechas mi intento de pedir disculpas -no pedidas- con esa insistencia tuya en tener la razón, todas las razones, hasta el final? Insistencia rencorosa que, por cierto, el bueno de N. no tuvo: sin compartirlas en absoluto, creo que entendió mis razones para el No a Avidan. Supongo que lo seguirá intentando. Y yo también, que tengo mucho que aprender, lo seguiré intentando. En unas ocasiones habrá suerte, como en aquel encuentro inesperado de Mehldau. Y en muchas otras no. Pero no pasa nada, tan amigos.

Repitiendo un viejo chiste se te podía replicar en este caso: ¿qué parte del No no has entendido? E. y yo, es cierto, nos comportamos como dos amigos que se aburren y establecen una complicidad juguetona. Pero, la verdad, no tan estridente, no tan ofensiva. Lo que no sabíamos es que estábamos en misa, rodeados por un público en trance. Y claro, es en esa atmósfera de devoción y velas donde hasta el vuelo de una mosca perturba. A ver si vuelve a tener razón J. Lacan con aquello de que al final la religión siempre triunfa.

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swing people

Con cierto cansancio, hay que volver a hablar de este personaje televisivo cuyo tono soez -que a partir de ahora modulará cuidadosamente- hace que Berlusconi casi parezca un intelectual. Los jóvenes que estas noches se manifiestan en más de veinte importantes ciudades norteamericanas tienen sus poderosas razones para expresar su miedo e indignación, aunque la victoria haya sido -con el peculiar sistema electoral estadounidense- incontestablemente legal. Ahora bien, había que preguntarles qué hicieron antes para frenar el carrusel mediático y profesional, para salir del autismo universitario que le ha dado el poder a Trump. Me refiero a esa burbuja urbana que en todas partes nos mantiene -en España no menos que en EEUU- de espaldas a una realidad brutal, sea en su variante rural, en la industrial o pueblerina que sistemáticamente nos empeñamos en desconocer.

 

En este punto y en otros el idiotismo (Marx) urbanita ha hecho más daño a las posibilidades reales de una reforma política, poniéndole freno a una corrupción sistémica, que las maquinaciones de las multinacionales. De hecho, los estrepitosos fracasos de pronóstico en el Brexit, en el No al acuerdo de paz en Colombia o en la victoria de Trump, proviene de la misma burbuja mediático-política que ha ignorado las condiciones reales de vida de millones de trabajadores en los viejos estados industriales que ahora han votado al magnate de Nueva York.

 

Que Trump no tenga ninguna experiencia en la política, cosa que nos parece demasiado optimista, sería en principio una excelente noticia. Ya verán cómo no es exactamente así. Ya verán cómo pronto adapta las histriónicas exigencias de la "derecha alternativa" a los límites de cierta corrección establecida. Habrá cambios, sin duda, pero sobre el tablero anterior y respetando gran parte de sus presupuestos. No es el fin de la globalización, como tampoco lo fue el Brexit, pero sí es un serio punto de inflexión en la crisis de ese globo hinchado por y para las élites, un momento crítico que ya no tendrá una fácil vuelta atrás. No estaría mal que ahora se arruinasen unos cuantos miles de burócratas que en Bruselas y Washington han vivido de esta burbuja democráticamente ignorante, por no decir racista.

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narcisismos compartidos

Hola otra vez, L.,

Ayer, para no molestaros más, hicimos que nos íbamos a por una copa y desaparecimos, creo que ya cuando Asaf estaba terminando. Lamento si incordiamos a D., que estaba muy entregada. No sé mi amiga E., pues cada persona es un mundo, pero a mí realmente Asaf Avidan no me interesó nada.

Y lo siento de verdad, ya se lo explicaré a N. Y le pediré también que no deje de invitarme pues, aparte de que cualquier día surge el milagro, la verdad es como mínimo hago antropología (ayer mismo) y en ese sentido disfruto. Pero no, no me gustó la música de Avidan. Me gustan todo tipo de músicas: de hecho, el "cantautor" norteamericano que te comenté ayer, que sale en Youth, podría estar en este registro: acústico, intimista, recitativo, lírico... Él (no recuerdo el nombre) es una joya, no así, en mis oídos, Asaf.

No solamente lo encontré musicalmente pobre, sino que tampoco conecté con su timbre de voz tan agudo y su puesta en escena, tan "aguda". En este punto lo encontré, sencillamente, encantado de haberse conocido, lo cual contribuye a distanciarme más. Que el bromee con el calificativo de "gato atropellado", que al parecer le dirigió un crítico, no mejora las cosas. Por ahí podría pasar, pero que además el gato esté, más que atropellado, completamente reconstruido y maquillado, de la cabeza a los pies, me parece muy poco musical.

No sé si me perdí mucho en las letras, que entendía a medias. Me queda también la duda del efecto subjetivo, en otros, de algo así, que a lo mejor es muy musical y sirve de puente para otras cosas. Sobre este punto me queda un margen de duda: una película puede no gustarme, pero comprender que tiene buenos efectos perceptivos en otros y que facilita un aumento de la visión o la escucha. Qué sé yo.

En fin, ya sé que no estás para nada de acuerdo conmigo. Pero, con mis atávicos temores, te juro que fui con buena intención y que hice allí todo el esfuerzo posible (salvo ya al final) para conectar. No ocurrió.

Otra vez será. Abrazos,

Madrid, 7 de noviembre de 2016


menos mal que hace frio

"A mí también me gustaría que fuera posible aislar a la oveja negra". P. P. Pasolini

Querido cuarteto,

Sí, menos mal que en Madrid hace fresco para llevar bien esta calentura de propuestas centrífugas. El correo de N. es muy largo, con muchos pisos diferentes, y me hace falta leerlo con calma otra vez. Desde luego, algunas cosas comparto plenamente: entre otras, la escasa -hasta ahora- presencia femenina en el campo del pensamiento.

Creo que el nombre de Pasolini, sin violar su heroica entereza, permite muchos registros, a su vez acoplables a otros. Casi todo lo que comenta N., desde la importancia de lo multidisciplinar a la necesidad de intensificar el debate -público y privado-, desde una deseable simplificación de los contenidos hasta las implicaciones estéticas y femeninas, entra en un aspecto u otro del autor de Escritos corsarios. Este hombre es tan elemental en su genio, tan violentamente poliédrico que nos permite, sin falsificar nada, una enorme flexibilidad.

Y me encantará desde luego trabajar y debatir con A.T. y N. A Anna la conocí un poco y me pareció un portento de expresión, un ser deliciosamente intuitivo. No estaría mal, además, no olvidarnos de la otra Anna, y sobre todo por su potencia pensante, no solamente por sus conexiones con la ciudad.

En principio, veo más roces con la perspectiva de D., pero tampoco insuperables. Y además la propuesta de D. tiene la ventaja de que nos hace más inteligibles y a la vez conecta con ámbitos muy visibles: desde el nombre de Hannah Arendt a la obsesión actual por lo político, desde la actualidad de lo estético (Kant, Rancière) a su potencial modelo para otra ciudadanía... punto que además nos devuelve ora vez a Benjamin.

No os ocultaré que la línea principal del planteamiento de D. la veo inicialmente en seria fricción con lo que yo (y tal vez S.) entiendo bajo el nombre Pasolini. Por ejemplo, una cuestión clave que está poco acentuada en el texto de Dani es el acontecimiento singular, nouménico y sin precedentes, que (creo entender por qué) se olvida permanentemente en la lectura que hacemos de Kant. De hecho, el juicio estético, sobre una "universalidad sin concepto", nos acerca a un Kant nouménico donde la humanidad, que siempre es de "las afueras", se cumple en una comunidad discontinua que no tiene fácil ni automática traducción en el plano de la civilidad. El Kant nouménico conecta con Pasolini en un punto clave: la comunidad (Gemeinschaft) existe a ráfagas, en momento de revelación de un "absoluto local" que no tiene fácil traducción generalista, civil o institucional.

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tardes de lluvia y viernes

Querido A.,

En su metafísica de lo insignificante, en esa atención a la dulzura diabólica de los detalles, y al tiempo enorme de la demora, tu texto es precioso. Incluso en lo que tiene de "melancólico", de "nostálgico" o de "quejumbroso"; también en lo que algunos llamarían "pesimista"... me reconozco en él de cabo a cabo. Solamente detecté un error: repites un la en "la la ciudad", hacia el principio.

Comparto el espectáculo minimalista, casi imperceptible, de esos callejones abandonados, con casas viejas de piedra y persianas echadas, que siempre llevan a un mar. Al menos, a la ensenada del recuerdo, a la magia del tiempo detenido y las voces de la infancia. Y ésta no como una edad más, que quedó atrás al modo de un cómodo baúl del que extraer turísticos souvenirs para endulzar nuestra decadencia. No eso, sino la sombra viva, misteriosamente animal, que acompaña a todas las edades. La infancia como un lecho que vuelve en la crisis de cada etapa, también en esos viernes lluviosos que parecen una estación.

Me temo, querido A. que nuestras urbes no viven solamente de espaldas al mar. También ignoramos los vericuetos de la tierra. Hasta en este verano cubano los turistas que se metían en el Caribe lo hacía mirando hacia la urbanización de la playa, como si en el mar abierto no hubiera nada que ver. Ignoramos el mar como el horizonte de la tierra, pulsación incansable de un terrenal cielo reflejado que, al parecer, ya no podemos descifrar.

Por cierto, es posible que el mar indique sin palabras otra cosa. Que nuestra fecha de caducidad, temida justamente en lo que tiene de inapelable y a la vez desconocida, es lo que nos hace incorruptibles. El océano, espejo de un cielo en la tierra, indica acaso que la caducidad es incorruptible, un viaje interminable, una eternidad que cabe en la más pequeña duración. En cada ojo de pez, en cada instante de revelación, palpitan todos los mares. Resuena esa marea que no cesa, empujándonos fuera de cada puerto seguro donde queremos refugiarnos.

De ahí esas visiones de ámbar neoyorquino al atardecer. Sin duda tenemos una sensibilidad similar, una parecida complicidad con el endiablado dios de los detalles. Aunque después, a veces, llevemos a distintos puertos conceptuales esa inmensidad que se ha vivido en los pasajes clandestinos de las sensaciones.

Intentaré estar más atento a tus pequeñas joyas. Si te sirve, por lo pronto, coloca lo que quieras de estas líneas como comentario a tu post. Puedo intentarlo yo, pero no estoy seguro de mi pericia.

Abrazos,

Madrid, 6 de noviembre de 2016