señorías

En esta época donde se nos cobra por todo, una mañana de mayo el Estado te concede una visita gratuita para que goces, con tus jóvenes alumnos, de la experiencia de una hora con la elite parlamentaria que nos gobierna. Casualmente no es una sesión plenaria, sólo se discute un Anteproyecto de Ley sobre Parques Nacionales presentado por el partido en el gobierno. Uno podría esperarse dos horas de aburrimiento, el típico tedio burocrático y procedimental. ¡Qué va! Ya nos gustaría.

Es justo destacar, antes de nada, la alegría sureña de los funcionarios, su buen humor, su espontaneidad, su paciencia. Está claro que, a pesar de la severidad de los controles que protegen a uno de los corazones sagrados del Estado, no estamos en el impecable Norte. En realidad, este relajo típicamente español es lo único serio y humano en el sacrosanto edifico: los policías, ujieres y asistentes que hacen su discreta labor. Después, con los políticos, vendrá la impresión desoladora.

 

Read more


¿desalentador? no, sigue la música

Gracias, G., mil gracias de verdad. Pero me temo, tengo que revisarlo con detalle, pero me temo que la línea Hazan-La Fabrique ya la intentamos mi traductora y yo. Y no funcionó, no recuerdo bien por qué.

Como comprenderás, todo es un poco agotador: “Muy interesante, pero nuestra línea…”. Etcétera. Es posible que Hazan haya dicho algo parecido. Lo volveré a mirar, pero no creo que haya por ahí nada que hacer. Y además uno se cansa, claro, aunque no estuviera ya cansado de antemano y tan ocupado.

En realidad, Votos de riqueza tiene ya una relación muy problemática con Tiqqun. Ese frente incómodo de mi libro (siempre he entendido que la filosofía era tal territorio inestable) no ha dejado de ampliarse desde entonces, en Sociedad y barbarie, que horrorizaría a Tiqqun, y en el libro que estoy haciendo ahora. Éste es tan complejo que no tiene nombre todavía, a pesar de estar casi concluido. Tiene sin embargo tanta relación con Tiqqun como con la señora Le Pen: es decir, más bien escasa, un poco traída por los pelos.

Lo cierto es que he conseguido una especie de éxito. La izquierda me mira como si fuera un bicho raro, extremadamente sospechoso. Como máximo, un conservador melancólico y algo anarco. Un poco así, creo. La derecha ni me mira, o me mira como una especie enternecedora e inocua de una izquierda apocalíptica… tan radical que resulta inofensiva.

>El resultado final, en cuanto a la dulce Francia se refiere, es una sensación parecida a la de España, donde sencillamente se me perdona la vida porque soy de la familia. No eres nadie, eres además “encantador” y… por eso mismo (porque no tomas “partido”) nunca serás nadie. Por encima, cuando vas en serio te presentas siempre con una oferta que roza lo incomprensible, o dista mucho de la simplicidad ideológica que la época requiere.

En Madrid y en Galicia, más o menos, vivo refugiado en el cariño de mis amigos. No sé si es suficiente para no suicidarse.

Bromas aparte, te agradezco de verdad tus desvelos. Aunque se me ocurre que es posible (por favor, corrígeme si me equivoco) que tus amigos editores parisinos hayan pasado un poco deprisa por encima de un texto que es complejo y está firmado por un perfecto don nadie.

No importa, G., no te preocupes. Sólo he aprovechado esta ocasión para desahogarme. Supongo que afortunadamente, vivo en un mundo donde los conceptos de “triunfo” y “fracaso” tienen un significado tan ambivalente que casi siempre renuncio a interpretarlos.

Como dijo el sabio de Antonio en un momento inolvidable: “¿Y qué más da?”.

Así que… gracias de nuevo por tu fidelidad y constancia.

Un abrazo y espero que nos veamos pronto,

Ignacio


nadie sabe lo que puede un hombre

(Preguntas de Pablo Chacón para Télam, Argentina)

1.- ¿Qué "novedades" estás detectando en el conflicto que atraviesan Rusia, Ucrania y Crimea? ¿Y qué consecuencias puede traer la resolución de ese conflicto, cualquiera que sea, para el mundo occidental?

 

Una de las “novedades”, pero no es tal, es el declive del imperio estadounidense. Otra, también antigua, es la difícil expresión que logra Rusia en medio de nuestra histérica transparencia. Tiene gracia que le haya caído al primer presidente “de color” el marrón (así se dice en España) de tener que lidiar a nivel mundial con unos cuantos países “emergentes” y ahora, además del creciente peso económico chino, con la “resurrección” política de Rusia. También ésta es una falsa sorpresa, pues cualquier analista de medio pelo tenía que saber que la depresión rusa (anterior y posterior a Yeltsin) no podía ser más que un periodo pasajero. Tiene también una triste gracia que los “aliados” de la Ucrania blanca se enteren ahora de que una parte considerable de la población “ucraniana” es rusa de cultura, de lengua y de sensibilidad política. Tal ignorancia es comprensible en la insularidad norteamericana o inglesa, que al fin y al cabo bombardean el mundo desde una xenófoba distancia, pero resulta un poco más escandalosa en Francia y Alemania, consideradas hasta ayer potencias “cultas”. La verdad es que tampoco ayuda mucho que el títere que colocamos a la cabeza de un gobierno que derrocó violentamente al anterior gobierno ucraniano, elegido en las urnas, proclame a los cuatro vientos que Putin quiere resucitar la extinta URSS y que estamos al borde de la Tercera Guerra Mundial. Pues no, gracias. Aunque la cosa no pinta ahora demasiado bien, al final no pasará nada: Rusia, como se diría de Israel, sólo “necesita defenderse”, al igual que las poblaciones rusófilas del Este de Ucrania. En el fondo, los rusos sienten un gran respeto por el Occidente que critican a diario. Tal vez esto explica que, a pesar de los esfuerzos heroicos de Lavrov, se hagan entender entre nosotros tan lentamente. Gracias a la torpeza “internacional”, sin embargo, Rusia volverá a vincularse a los territorios que históricamente son suyos y Ucrania y la Federación tendrán que volver a entenderse como vecinos. Es una lástima, repito, que todo este inevitable conflicto, que viene de muy atrás, no se haya llevado por cauces menos paranoicos. Baudrillard diría que EEUU ha vuelto a “cambiarle las cartas” a Europa.

Read more


Adios

Querida M.,

Aunque no sé si esperabas algún tipo de respuesta, disculpa esta enorme dilación en escribirte unas pocas líneas. Aparte de mis mil “ocupaciones”, entendí que tu postura era, como tantas veces, tan madurada que sólo se limitaba –siguiendo mi petición- a explicarse, sin necesitar de recabar de nadie la confirmación. Como ahora nos separamos durante todo el verano –o más, nunca se sabe-, te escribo para agradecerte todo este curso que me has brindado y este penúltimo “trabajo escolar”, aunque ya sé que tu carta no era exactamente eso.

Nada que objetar en serio y en profundidad a tus explicaciones, “Noemiriam”, en parte por el agradecimiento y el asombro que me producen tu seriedad, tu forma insólita de tomarte las cosas. En este punto, sólo una pregunta personal: ¿no te dificulta esa seriedad la vida, sobre todo entre tus compañeros jóvenes? En otras palabras, y aquí creo que la respuesta será afirmativa por lo que he visto en clase, ¿eres capaz de compatibilizar esa seriedad con el sentido del humor que hace falta para vivir? Para vivir… desde luego hoy, pero a lo mejor también en tiempos de Cristo.

Después, en el orden de las pequeñas observaciones, algunos comentarios cómplices con tu escrito. Yo también sospecho de la Filosofía como orgullosa disciplina. Más todavía sospecho de Hegel, a pesar de su buena relación con el Romanticismo y el Cristianismo. Es muy posible que él acentúe el “clasismo” entre Amos y Esclavos en su forma grandiosa de comprender qué significa “enfrentarse” a la muerte.

Con todo, no sé si es necesario, también en Jesucristo ante a sus discípulos, entrar en la muerte. Quiero decir, entrar en la muerte como en una morada destinada al hombre. Atravesar la muerte como si no fuera mala y pasar al otro lado… para encontrar ahí la voz de un Padre, tal vez de una Madre. El antropocentrismo del que se acusa a los cristianos es un equívoco, ya que la figura antropomorfa del Hijo, encarnación de un Dios Padre al que se le puede hablar y mirar al rostro, es un puente para pensar lo “inhumano” de la vida mortal, una vida terrenal que sólo puede ser eterna al precio de atravesar el calvario de este valle de lágrimas y aprender a morir. Aprender a morir como si no fuera nada: “Dejad que los niños”, etc.

Existe un curioso libro, un libro de un “ateo” llamado Badiou, que pone precisamente en una portentosa tecnología para atravesar la muerte, para vivir la muerte y resucitar al otro lado como un inmortal (Lázaro), la capacidad extraña del cristianismo para crear una comunidad universal que no hace distingos entre los hombres. Una comunidad cosmopolita que, después del tiempo portentoso de los estoicos, logra hablar para “todos los hombres”, humanos de culturas, tierras y condición muy distintas. Creo firmemente, como creo que lo haces tú, que el cristianismo es una excelente actitud que permitiría que esta época fuera menos cruenta con todo lo débil, pequeño y oscuro, maltratado una y otra vez por casi todos los poderes. Incluida una juventud a veces furiosa.

Volviendo a Cristo. Tal vez el Señor lo es porque es el Salvador del Tiempo, pero desde el tiempo mismo. El ser capaz de conseguir que cada segundo sea la “puerta por la que puede regresar el Mesías”. Por tanto, el Hijo capaz de tener otra experiencia del tiempo, como una infancia que se abre en medio del estruendo de la historia. Es posible que en este punto mi querido y atormentado Nietzsche sea, a pesar de todo, más fiel al espíritu del cristianismo que el mismo Hegel. Él se pretendía protocristiano, o postcristiano, pero posiblemente mantenía con el Césarde la Historia una relación tan moderna e ilustrada que le dificultaba volver al Dios de la vida, al Dios de los seres marginales de las afueras –lisiados, mujeres, endemoniados, prostitutas, niños-, de la mortal vida común.

Tu carta es tan rica en matices, M., que podría extenderme tres folios más sobre las cosas que me sugiere. Pero no hace falta. Habrá tiempo. Y si no lo hay, hasta aquí hemos llegado. No ha estado mal.

Nada más entonces, inolvidable alumna. Reitero mi agradecimiento por este curso completo y mi enhorabuena por tu actitud y tus logros, incluido ese premio de El País del que he oído hablar. Sólo decirte además –probablemente, tu inteligencia ya lo sabe- que, por razones harto complejas, no he tenido el “mejor año” de mi vida docente. Tampoco con vosotros, uno de los mejores cursos que he conocido nunca. Lamento si por ello, contigo y con tus compañeros, me ha faltado a veces el sentido del humor y la gratitud que, con todos mis defectos, forma parte de mi naturaleza.

Frente a mi estilo irónico-bélico, que es un poco así desde los 25 años –después de una juventud bastante mansa e ingenua-, no deja de asombrarme tu “mansedumbre”, tu paciencia inteligente para abordar las situaciones. Quiero decir, esa dulzura sonriente que no deja de ser, aunque no sea consciente, toda una tecnología, una poderosa “arma” de construcción masiva. ¿Recuerdas?: “Sé que Miriam tiene sus armas”.

Ya hay demasiada gente colérica y seca en el mundo. Por favor, no cambies. Te deseo, de verdad, el mejor de los verano.

Hasta pronto,

P. D. Una muestra del tono un poco sombrío de este año es el fragmento que, disfrazado bajo otro nombre, os pasé en el último trabajo. ¿Recuerdas?: “Hoy asistimos a una maduración precoz y aberrante de los jóvenes. En la enseñanza, por ejemplo, es casi imposible una relación personal entre profesores y alumnos (espero que los alumnos la mantengan entre ellos). Tanto si son buenos estudiantes como si no, los estudiantes están saturados de estrategias, frente al mundo y frente a los profesores (que, de acuerdo, tampoco son muy presentables, humana y profesionalmente). Los jóvenes de 17 años aparecen ya cristalizados en su personalidad, con un doble fondo insondable, con dos o tres capas impenetrables que hacen imposible la franqueza, la humanidad de una relación clara. Al dogmatismo eterno de la juventud (después de haber adorado a sus mayores, el joven los encuentra un poco patéticos y cree haber llegado a “la verdad”) se le suma hoy el narcisismo que es estimulado por el consumo, los mimos que reciben de toda la sociedad y de sus padres, el autismo que fomentan las nuevas tecnologías: mi perfil y sus amigos agregados, etcétera. El resultado final es que, entre los jóvenes, hoy nunca conoces a nadie, nunca sabes realmente con quién estás. Tal vez sea un poco pesimista, pero el viejo humanismo de la enseñanza parece en vías de extinción”. Creo que esta hipótesis no es justa con vosotros, con tus compañeros de clase. ¿Pero es del todo injusta con la media aritmética de una juventud que anda por ahí? Dime que me equivoco, por favor. Si algún día de este verano te aburres un poco, tal vez podrías puntualizarme algo al respecto… ya para el 10 del año que viene.


este tiempo

Hola, I., buenos días. Sólo unas pocas líneas sobre el texto del otro día. Como te decía, el libro en el que estoy metido (lleva dos años agotándome) no va en absoluto “sobre” Wittgenstein. La verdad es que, después de años de zigzagueo, me tragué de cabo a rabo el Tractatus en estas pasadas Navidades. Y me impactó seriamente, pero en buena medida porque el marco en el que lo leí poco tenía que ver con Wittgenstein y su pequeño gran mundo.

Mi libro aborda el problema del sentido. El sentido real que resta cuando todas las disciplinas particulares (también la lógica) han agotado su campo. Lo que es lo mismo, el sentido perentorio que nos reta cuando ningún sentido particular está ya al alcance de la mano. Dicho en un lenguaje caro a algunos deleuzianos, ya sabes: volver sobre el laberinto de la línea recta, el temblor del mediodía, la ebriedad que cabe en un vaso de agua.

Me muevo en un universo de referencias muy distinto al de Wittgenstein, por más que haya encontrado en el Tractatus Logico-Philosophicus múltiples y sorprendentes puntos de contacto. Sea como sea, el hilo de este trabajo mío es lo que equívocamente se podría llamar “lógica material” o “empirismo trascendental”. En resumen, la relación íntima entre los extremos que la metafísica ha separado, incluidas la contingencia y la necesidad, el mundo y Dios, la perdición y lo salvación. O, para emplear algunas palabras de Wittgenstein, la relación íntima entre la superstición y la lógica. Como un teorema de Gödel generalizado y llevado a la afirmación, a un sentido pueril. Más cercano al Niño que al León. Como ves, sencillo y complicado a la vez, con un Nietzsche que es enemigo mortal de otro Nietzsche.

No existe para mí ninguna forma lógica que no esté de antemano endeudada a un axioma “pre-lógico” que ha quedado atrás, que se ha tenido dar por supuesto. Claro, desde ahí, toda personalidad (incluso lo que de sublime y estúpido tiene una personalidad, en los lugares, en las cosas y los humanos) está incluido de antemano en un “sistema” que no puede de ninguna manera oponerse al no-sistema de lo que acaece. Creo que la tarea de la filosofía, mucho antes de Nietzsche, es llevar al decir lo místico-nouménico que para Wittgenstein sólo se puede mostrar. Tampoco el bueno de Kant, desde esta óptica, es alguien autorizado para decir nada conclusivo, toda vez que el soltero de Königsberg (muy por debajo de san Agustín, Leibniz, Berkeley y Spinoza) no hizo más que ponerle barreras al reto de conocer la contingencia, el Ereignis de un absoluto sensible, con una materialización enigmática en cada caso distinta.

Si hubiera unos mentores modernos de esta urgente investigación filosófica serían Kierkegaard y Nietzsche, pero precisamente ellos (con sus cien personajes incorporados) no son casi nadie en particular. Son tomados como el nombre ocasional de lo que adviene sin nombre, una “personalidad” que está también en las cosas mudas. De ahí que los dos, luchando a brazo partido contra el oscurantismo de la modernidad, pasasen un tormento en nuestra vida moderna.

Tiene gracia. Precisamente una de las cosas que he encontrado más irritantes de la Ética de Spinoza ha sido el hecho de que intente poner en pie una geometría que tiene que esquivar el idiotismo de lo local y del nombre propio. Son más geométricos Nietzsche y Leibniz, precisamente porque desde el comienzo abordan la cuestión de una ciencia paradójica del ser único, de la máscara “particular” que a la fuerza ha de adoptar lo profundo. “Cambiando descansa”.

Si Wittgenstein entendía su Tractatus como autoconclusivo, cosa de la que no estoy completamente seguro, es su problema. No creo que haya nada “autoconclusivo”, nada excepto lo que se llamaba Dios o Naturaleza. Eterno Retorno, Devenir o Real, en un lenguaje más cercano. No hay más autoridad que la experiencia real, ni más lenguaje que el advenir ordinario, que bordea siempre el balbuceo. Ni más lógica formal que la de la carne del mundo, un ser-así que roza siempre lo ilógico, el absurdo de cualquier materia. Sin ir más lejos, el propio Heidegger apuntó algunas intuiciones en esta dirección que a Wittgenstein le viene un poco ancha.

Por la misma razón, me parece cómica por parte de los psicoanalistas la prohibición de pensar a Lacan al margen de la “clínica” o la práctica analítica. No hay más clínica que la escena real, con todo lo que tiene de “imposible”, pues es el propio desamparo el que cura. Etc., etc.

Finalmente, y ya termino de cansarte, sólo decirte que Wittgenstein, aun resultándome soberbio (al menos este Wittgenstein del Tractatus, dudo que haya otro más radical), me ha resultado también fácil. En el ámbito de nombres propios en el que me muevo, ámbito que intenta aproximarse a lo que no tiene nombre, nada de lo que dice Él es para echarse a temblar. En mi breve texto hago algún modesto desarrollo sobre sus posibles límites. Ya tendremos ocasión de hablar algún día sobre ello.

Mientras tanto, como ves, tengo trabajo. Está muy avanzado, pero no me sobraría un poco de suerte...

Abrazos y gracias de nuevo por tu generoso tiempo,

Ignacio